Si el hombre tuviera el olfato del perro y pudiera "ver", olores, el mundo para nosotros sería toda-a mucho más coloreado. El perro reooce y memoriza por la nariz. En su nagen olfatoria, la calle gris se transforma en una mezcla multicolor de brillantes líneas, olas, nubes, manchas corrientes de olor, para los cuales el liorna no tiene palabras adecuadas.
Con éste su "sexto sentido", el perro puede ver hasta el pasado: reconoce quién ha pasado por aquí y cuánto íace, y con sagacidad transluce obje-: s que esconden todo al ojo humano.
El secreto de la computadora con la rariz tan fina: la plancha del cerebro olfatorio, en el que el perro clasifica y almacena sus vivencias olfateadas res-ronde a una alfombra de 280 por 160 centímetros, en comparación con la olanicie olfatoria del hombre que respondería en la proporción de una moneda de 3 centímetros de diámetro.
El perro reconoce al hombre ya de lejos por su olor, (una mezcla incalculable de perfumes los que nos rodean como un áurea). Este olor individual, buenos perros rastreros lo saben diferenciar hasta en mellizos.
En un paseo por el bosque, generalmente vemos a pocos animales, porque son de lejos alarmados por el olor humano y se mantienen miedosamente escondidos. El investigador norteamericano Roy Bedicek, lo determina casi como "...inmoral, que el cuerpo del ser humano apeste el aire tan desmedidamente..."
Narices calientes ventean sobre nieve fría, un rascar con las patas delanteras, un corto ladrar: aquí yace un ser humano debajo de la avalancha. Cada primavera, cuando en los Alpes las montañas de nieve truenan hacia los valles, arrastrando consigo a humanos, animales, casas, es la temporada para las narices más finas del mundo: los perros buscadores de aludes.
Con éste su "sexto sentido", el perro puede ver hasta el pasado: reconoce quién ha pasado por aquí y cuánto íace, y con sagacidad transluce obje-: s que esconden todo al ojo humano.
El secreto de la computadora con la rariz tan fina: la plancha del cerebro olfatorio, en el que el perro clasifica y almacena sus vivencias olfateadas res-ronde a una alfombra de 280 por 160 centímetros, en comparación con la olanicie olfatoria del hombre que respondería en la proporción de una moneda de 3 centímetros de diámetro.
El perro reconoce al hombre ya de lejos por su olor, (una mezcla incalculable de perfumes los que nos rodean como un áurea). Este olor individual, buenos perros rastreros lo saben diferenciar hasta en mellizos.
En un paseo por el bosque, generalmente vemos a pocos animales, porque son de lejos alarmados por el olor humano y se mantienen miedosamente escondidos. El investigador norteamericano Roy Bedicek, lo determina casi como "...inmoral, que el cuerpo del ser humano apeste el aire tan desmedidamente..."
Narices calientes ventean sobre nieve fría, un rascar con las patas delanteras, un corto ladrar: aquí yace un ser humano debajo de la avalancha. Cada primavera, cuando en los Alpes las montañas de nieve truenan hacia los valles, arrastrando consigo a humanos, animales, casas, es la temporada para las narices más finas del mundo: los perros buscadores de aludes.