Desde el momento mismo en que nace el cachorro y hasta ese otro jalón, que constituye el abrir los ojos al mundo que le rodea -lo que tiene lugar alrededor de los diez a catorce días, dependiendo de la raza-, este permanece completamente ajeno al entorno, al menos en apariencia, sordo y ciego, capaz únicamente de buscar a través del olfato comida y calor; no tiene siquiera sentido del gusto y no puede distinguir si lo que ingiere es leche u otro líquido, salvo guiándose por el olfato (lo que explica que muchas veces rechacen una tetina de goma de biberón si no se disimula el penetrante olor de ésta, con la saliva de la madre.
Sin embargo, y a pesar de esas limitaciones, el cachorro será capaz de arrastrarse por toda la caja-paridera, en busca del calor de su madre y de sus hermanos de carnada y durante las horas de sueño que ocupan el 90 por 100 de su tiempo, frente al 10 por 100 restante, que pasa mamando y alimentándose, permanece en continua actividad, moviendo la cabeza, estirando y encogiendo los miembros en tanto que ejercita sus incipientes músculos, por lo que podemos resumir esta primera etapa de vida en dos únicas actividades: dormir y mamar.
Sin embargo, y esto es lo curioso, he constatado durante mis años de experiencia y crianza, que al contrario de lo que cabría pensar, esa pequeña bolita de pelo, es igualmente capaz de reconocer olfativamente a ese ser humano que comparte con su madre biológica la difícil tarea de sacarlo adelante.
Más aún, y este es un dato muy importante, si el criador y la madre han establecido anteriormente un vínculo afectivo y social importante y estimulante, ésta permitirá que él la ayude e incluso «compartirá» gustosa su tarea de criar a la carnada.
Hay otro dato igualmente significativo que yo he puesto en práctica una y otra vez durante los años que llevo criando bullmas-tiffs, con un resultado excepcional; incluso si cuando, supuestamente, no ve y no escucha, el criador les acostumbra a ser manipulados por su mano con cuidado, a dejarse mecer en sus brazos, a levantarlos en el aire, etc.
Es casi seguro y así ocurre con todos mis cachorros que, más adelante, cuando monten en coche o en cualquier otro medio de transporte no sientan ningún temor, no sufran estrés alguno ni manifiesten ninguna ansiedad y mucho menos se mareen durante los viajes, de la misma manera que si en la habitación-paridera en la que habrán de nacer y desarrollarse en las primeras etapas de crecimiento, disfrutan de «hilo musical» desde el momento mismo del parto, con melodías variadas, altibajos y cambios de tono, voces graves y agudas, aplausos, cambios de frecuencia, etc.
Por mucho que nos digan y aceptemos que están sordos «como tapias», lo cierto es que a través de los sentidos que ya tienen desarrollados, recibirán el estímulo sonoro de las ondas, lo que luego se traducirá en individuos que tampoco se asustarán con el escandaloso ruido de la ciudad, ni el estrépito de los cláxones, ni el desquiciado chirriar de unos frenos o el horrible traqueteo de una obra.
Sin embargo, y a pesar de esas limitaciones, el cachorro será capaz de arrastrarse por toda la caja-paridera, en busca del calor de su madre y de sus hermanos de carnada y durante las horas de sueño que ocupan el 90 por 100 de su tiempo, frente al 10 por 100 restante, que pasa mamando y alimentándose, permanece en continua actividad, moviendo la cabeza, estirando y encogiendo los miembros en tanto que ejercita sus incipientes músculos, por lo que podemos resumir esta primera etapa de vida en dos únicas actividades: dormir y mamar.
Sin embargo, y esto es lo curioso, he constatado durante mis años de experiencia y crianza, que al contrario de lo que cabría pensar, esa pequeña bolita de pelo, es igualmente capaz de reconocer olfativamente a ese ser humano que comparte con su madre biológica la difícil tarea de sacarlo adelante.
Más aún, y este es un dato muy importante, si el criador y la madre han establecido anteriormente un vínculo afectivo y social importante y estimulante, ésta permitirá que él la ayude e incluso «compartirá» gustosa su tarea de criar a la carnada.
Hay otro dato igualmente significativo que yo he puesto en práctica una y otra vez durante los años que llevo criando bullmas-tiffs, con un resultado excepcional; incluso si cuando, supuestamente, no ve y no escucha, el criador les acostumbra a ser manipulados por su mano con cuidado, a dejarse mecer en sus brazos, a levantarlos en el aire, etc.
Es casi seguro y así ocurre con todos mis cachorros que, más adelante, cuando monten en coche o en cualquier otro medio de transporte no sientan ningún temor, no sufran estrés alguno ni manifiesten ninguna ansiedad y mucho menos se mareen durante los viajes, de la misma manera que si en la habitación-paridera en la que habrán de nacer y desarrollarse en las primeras etapas de crecimiento, disfrutan de «hilo musical» desde el momento mismo del parto, con melodías variadas, altibajos y cambios de tono, voces graves y agudas, aplausos, cambios de frecuencia, etc.
Por mucho que nos digan y aceptemos que están sordos «como tapias», lo cierto es que a través de los sentidos que ya tienen desarrollados, recibirán el estímulo sonoro de las ondas, lo que luego se traducirá en individuos que tampoco se asustarán con el escandaloso ruido de la ciudad, ni el estrépito de los cláxones, ni el desquiciado chirriar de unos frenos o el horrible traqueteo de una obra.