La tentación es grande, Navidad es tiempo de regalos, la familia no está en contra y los niños llevan meses pidiéndonos un perrito. Es verdaderamente una gran ocasión para complacer a todo el mundo y llevar a casa un regalo navideño excepcional. Pero aquí cometemos el primer error, un perro no puede considerarse como un objeto de regalo que se deja empaquetado al pie del árbol, es un ser vivo que nos impondrá obligaciones y, fundamentalmente, tiene unos derechos que hemos de respetar. Nunca compremos un cachorro impulsados por el antojo, pues pronto descubriremos que ese tierno osito de peluche es un ser terrible, capaz de aullar durante toda la noche, mordedor de cuanto está a su altura y que con terquedad escoge para orinar la mejor alfombra de la casa.
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