Hace unos días me contaron el caso de una madre desesperada: sus hijos se manifestaban en el pasillo reivindicando su derecho a tener un perro y, aunque suene a broma macabra, recurrían a actos terroristas.
Un día, los peces de colores que les habían regalado para calmar sus ánimos aparecieron colgados en la cuerda de la ropa; otro, compraron gusanos de seda y los arrojaron al piso de abajo, yendo a parar a la jardinera de su vecina.
La madre clamaba al cielo: ¿cómo vamos a meter un perro en casa si no cabemos nosotros?
Este no es el problema, aunque tuvieran un hogar inmenso, rodeado de zonas verdes, esos niños son un peligro, porque quien no ha aprendido a respetar a las mascotas menores, jamás podrá responsabilizarse de un cachorro; porque nadie lograría evitar que, el día de mañana, el perro de esos niños apareciera metido en la lavadora porque, ahora, lo que quieren es un gato.
Un día, los peces de colores que les habían regalado para calmar sus ánimos aparecieron colgados en la cuerda de la ropa; otro, compraron gusanos de seda y los arrojaron al piso de abajo, yendo a parar a la jardinera de su vecina.
La madre clamaba al cielo: ¿cómo vamos a meter un perro en casa si no cabemos nosotros?
Este no es el problema, aunque tuvieran un hogar inmenso, rodeado de zonas verdes, esos niños son un peligro, porque quien no ha aprendido a respetar a las mascotas menores, jamás podrá responsabilizarse de un cachorro; porque nadie lograría evitar que, el día de mañana, el perro de esos niños apareciera metido en la lavadora porque, ahora, lo que quieren es un gato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario