El aspecto del castigo es donde mejor se ilustra el malentendido entre entrenadores y perros; el entrenador interpreta el comportamiento de su compañero según un código puramente humano y lo reprime como si se tratara de un niño; por su lado el perro reacciona a las actitudes de su entrenador como si estuviera ante otro perro, según su código canino.
Se forma un círculo vicioso, los castigos hacia el animal pierden su eficacia, y puede aparecer reacciones agresivas del animal hacia su entrenador.
La coherencia es indispensable
Lo primero es decidir claramente lo que está permitido y lo que está prohibido.
Toda la familia debe estar de acuerdo y una prohibición debe ser permanente y no debe estar sujeta a las circunstancias. Por ejemplo, la entrada a una habitación debe ser o bien autorizada, o bien completamente prohibida, y no según el estado de sus patas.
Aquello que es rechazado por uno, no debe ser admitido por otro. No hay nada peor para perturbar a un perro que la ausencia de puntos de referencia fijos en este sentido, y que un mismo comportamiento de su parte puede provocar indistintamente, aprobación o reproches.
En esta situación, no sabe adonde está parado, se siente inseguro y su comportamiento general se resiente. Para estar equilibrado es necesario que conozca las "reglas del juego".
¿Cuándo castigar?
Ante todo hay que admitir que el cerebro del perro no le permite razonar como si fuera un humano. El perro vive únicamente el presente. Esto no impide que tenga memoria de experiencias anteriores.
Pero él analiza las situaciones teniendo en cuenta únicamente lo que pasa en ese instante, sin hacer relaciones de causa efecto en el tiempo (ni pasado, ni futuro), pero asociando los elementos que aparecen simultáneamente o se encadenan, aunque no tengan relación entre ellos.
Como conclusión podríamos decir que no se puede castigar al perro si no es en el momento en que está cometiendo la falta, ejemplo: el hocico en el florero, cuando el perro se da vuelta, ya es demasiado tarde; agachado para hacer pis sobre la alfombra, si se levanta, es demasiado tarde, y así con todo.
Se forma un círculo vicioso, los castigos hacia el animal pierden su eficacia, y puede aparecer reacciones agresivas del animal hacia su entrenador.
La coherencia es indispensable
Lo primero es decidir claramente lo que está permitido y lo que está prohibido.
Toda la familia debe estar de acuerdo y una prohibición debe ser permanente y no debe estar sujeta a las circunstancias. Por ejemplo, la entrada a una habitación debe ser o bien autorizada, o bien completamente prohibida, y no según el estado de sus patas.
Aquello que es rechazado por uno, no debe ser admitido por otro. No hay nada peor para perturbar a un perro que la ausencia de puntos de referencia fijos en este sentido, y que un mismo comportamiento de su parte puede provocar indistintamente, aprobación o reproches.
En esta situación, no sabe adonde está parado, se siente inseguro y su comportamiento general se resiente. Para estar equilibrado es necesario que conozca las "reglas del juego".
¿Cuándo castigar?
Ante todo hay que admitir que el cerebro del perro no le permite razonar como si fuera un humano. El perro vive únicamente el presente. Esto no impide que tenga memoria de experiencias anteriores.
Pero él analiza las situaciones teniendo en cuenta únicamente lo que pasa en ese instante, sin hacer relaciones de causa efecto en el tiempo (ni pasado, ni futuro), pero asociando los elementos que aparecen simultáneamente o se encadenan, aunque no tengan relación entre ellos.
Como conclusión podríamos decir que no se puede castigar al perro si no es en el momento en que está cometiendo la falta, ejemplo: el hocico en el florero, cuando el perro se da vuelta, ya es demasiado tarde; agachado para hacer pis sobre la alfombra, si se levanta, es demasiado tarde, y así con todo.
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